El fácil acceso a contenido, y la sobreoferta que existe, hacen que la pelea por ganar la atención de los usuarios sea más difícil que nunca.
Las marcas pocas veces entienden que el tiempo que nos dedica la gente es también una moneda de cambio. Ellos evalúan en instantes el costo-beneficio de dedicarle unos cuantos segundos a sus mensajes, y si creen que el precio en tiempo es demasiado elevado, no dudan en cambiar de canal, de estación, de página, darnos skip, o scroll down.
Hoy más que nunca la brevedad es considerada y apreciada, y al reto de ser relevantes, oportunos e impactantes, se suma el de hacerlo en poco tiempo.
Para encontrar referencias, inspiración, o al menos para hacerme sentir que no es imposible, he recurrido a los formatos breves del cine y literatura.
Hoy día es fácil encontrar en YouTube o Vimeo una gran selección de cortometrajes que en 15 minutos o menos nos cuentan buenas historias, o basta con buscar “relatos breves” en Google para encontrar una amplia selección de narraciones de grandes escritores de apenas una página de extensión.
“Hotel Chevalier” de Wes Anderson (prólogo de su largometraje “Viaje a Darjeeling”) de 13 minutos de duración, o “Colinas como elefantes blancos” de Hemingway de 1,200 palabras, son de mis ejemplos favoritos.
Sin embargo, este fin de semana descubrí un formato que, aunque lleva 6 años de presentarse en México, desconocía: el microteatro.
En una casona de la colonia Santa María la Rivera de la Ciudad de México, tan ecléctica como su ubicación (a unas calles de la Biblioteca Vasconcelos, el tianguis cultural del Chopo, la estación de trenes Buenavista, y la sede nacional del PRI) existen 13 habitaciones, cada una de 15 m2, en los que hasta un máximo de 15 espectadores pueden disfrutar de una obra de 15 minutos de duración.
La experiencia me pareció fascinante. Parecido a leer un libro de relatos breves, o un festival de cortometrajes, le sumaba el hecho de estar dentro del escenario, como espiando la vida de los inquilinos de esa casona. Con títulos tan sugerentes como “Una puta crítica”, “Cuarto 215 a la misma hora” o “Cómo acabar con tu matrimonio antes del desayuno”, el primer paso es elegir las obras, ya que por los horarios no es posible ver más de 6 en un día. Mientras esperas a que inicien, puedes pedir en la barra del lobby uno de los cocteles inspirados en cada una de las obras. Al ingresar a cada una de las salas, la experiencia es íntima e intensa. Interrogatorios a criminales, peleas conyugales, encuentros con prostitutas son parte del menú.
Sin embargo, lo más insólito sucede al cambiar de salas, ya que al volver al lobby encuentras, sentados en las mesas, a todos los actores esperando a que inicien de nuevo las obras, acompañados de los directores y productores. Es casi surreal. Si ver la obra es en sí una experiencia íntima, la convivencia con los actores lo es aún más, con felicitaciones del público, agradecimiento de su parte por haber asistido, y un ambiente que simula una tertulia.
Al cabo de dos horas, es posible ver 5 historias y convivir varias veces con sus protagonistas. Realmente es una forma distinta de vivir el teatro más allá de la sala, con una experiencia que, aunque tal vez sin quererlo, te da algo incluso en los momentos en los que no esperas nada. Se agradecen estos eventos tan inspiradores de los que realmente se puede aprender mucho. Ya estoy ansioso de que inicie la próxima temporada.
Comentários